jueves, 27 de noviembre de 2008

La idiosincrasia del chileno viaja en Metro .

Si algún día quieres enseñarle a un turista, como es Chile y su gente; no lo lleves al pueblito del Parque O´higgins, no lo lleves a la Enoteca del San Cristóbal, no lo lleves al Mim, no lo lleves al Club Hípico, no lo lleves a la Quinta Normal... ¡Llévalo a dar una vuelta en Metro!. Allí encontrará la verdadera idiosincrasia del chileno.

Luego de sortear los montones de tierra y escombros de una estación inaugurada en tiempo récord, antes de lo previsto, (y antes de algunas elecciones...) bajarán las escalas, afortunadamente con menos dificultad que el minusválido que va delante de ustedes. Llegarán al sector de las boleterías y el amigo turista no comprenderá porque construyeron 4 ó 6 cajas, si solamente 2 están operando (o mejor dicho una; porque en la otra habrá una funcionaria o funcionario hablando animadamente por teléfono).

Seguirán el interminable descenso (que para el perseguido minusválido resultará eterno) y esperarán El Metro; éste vendrá (con sus carros pintarrajeados con los logos y colores corporativos de una multitienda o de un hipermercado) y les dejará inconcluso un erótico video clips musical, o un añejo gol de Colo-Colo, o los adelantos de una nueva estación de la Redmetro.

Se abrirán las puertas y nuestro querido amigo turista comenzará a comprender algunas cosas; como por ejemplo porque aún somos un País Sub-desarrollado. Los empujones por subir se confunden con los empujones por bajar y entre tanto empujón, seguramente más tarde él le echará de menos a unos cuantos dólares que hasta hacía unos minutos le pertenecían .

Habrán logrado pasar a la próxima etapa (como en los juegos de video), y ahí entenderá porque más tarde los adolescentes serán tan poco respetuosos con las personas mayores: un encantador pequeño de 3 años sentado junto a la ventana mirando como el tren se pone nuevamente en movimiento; a su lado una joven madre, a la que no le pasará ni siquiera por la mente tomar en brazos a su retoño, seguramente porque le arrugaría al vestido o le estropearía las taquilleras medias recién adquiridas en la estación Patronato.

Nuestro amigo turista no se admirará tanto entonces al ver que cuatro quinceañeros , con cuatro mochilas de 10 Kgs. cada una viajan sentados en el suelo ocupando el lugar de por lo menos doce pasajeros (solamente se pondrán de pié cuando ocasionalmente pase un guardia, para volver a sentarse en forma burlona cuando éste se haya alejado lo suficiente.

Una vez que hayan logrado crearse un espacio casi virtual en el tren, advertirá nuestro amigo extranjero una estridente música que no logrará localizar bien, hasta que llegará a comprender que es el sonido de un MP3 rebotando contra las membranas timpánicas de una agraciada universitaria que está de pié justo detrás de él; ella va absorta, no mira, no distingue, no asimila, (sólo respira), no ubica al prójimo (hay dudas si conoce el término)

De pronto, después de un laborioso transbordo, el mentado turista se empieza a dar cuenta que al ir variando las estaciones, va variando también la vestimenta de los usuarios y lo que es peor aún... los olores. Pero al menos faltará poco para poder respirar mejor, cuando unos metros más adelante descubra que el recorrido pintorescamente se hace al aire libre, sorteando avenidas, cables del tendido eléctrico y patios traseros de casas semi-expropiadas para poder abrir la ruta al veloz corcel metálico.

Estarán finalizando el paseo y nuestro turista agotadísimo, se sentará por fin en los carros más espaciosos, aireados y modernos de toda la red-metro; pero ya poco le importará, y le dirá a su no menos agotado guía: “me arrepentí; ya no quiero ir a Puente Alto, prefiero visitar ese viejo pueblito del que habla aquella vieja canción que dice que campesinos y gente del pueblo, me saldrán al encuentro y yo podré comprobar como nos quieren cuando somos forasteros”... a lo que con mucha pena su acompañante le responderá: “lo siento amigo, hoy no podrá ser; mi auto no tiene TAC...y el de mi esposa está con restricción”...

Marcelo Fernández Romo

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