viernes, 21 de noviembre de 2008

EL VIEJO POETA

El viejo y triste poeta recorría siempre el mismo camino.

Tenía una hermosa casa rodeada de árboles, césped y flores, las que constituían su inspiración y le hacían sentir feliz dentro de su soledad. El caminar entre las rosas, azucenas, violetas o margaritas hacía que su alma se llenase de inspiración y así su pluma esparcía sobre el papel todos aquellos sentimientos que afloraban desde lo más profundo de su ser.

No lejos de donde se encontraba su templo de inspiración, como llamaba él a su modesta pero bella vivienda, vivía otro poeta más viejo y más triste, con el cual sostenían largas y poéticas conversaciones, en las que recordaban sobre todo, la hermosura de la juventud ida, y como las bellas flores mantenían su lozanía y belleza a pesar de la muerte inminente, que algún día acabaría con tanta hermosura pero sin destruir jamás los bellos colores que habían sido, junto a su perfume, la muestra clara de una larga juventud.

Un buen día, recorriendo ese camino de tierra bordeado de malezas y flores silvestres, algo muy especial atrajo su curiosidad. Era una pequeña flor que apenas si se abría paso entre las yerbas que la rodeaban, su blancura y la delicada suavidad de sus pétalos le llamó la atención, y dejando de lado su viejo bastón, se agachó para mirarla más de cerca y acariciarla. La pequeña flor pareció hacer un gesto de picardía juvenil y sin ninguna intención malsana se dejó mover por la brisa y rozó su mano. Era más suave que el terciopelo y su aroma llegó a él, haciéndole olvidar todo el resto del paisaje que le rodeaba.

Fue entonces cuando comenzó a soñar, mientras acariciaba la tímida flor.

Me la llevaré a mi casa, para lo cual deberé retirarla de esta tierra con mucho cuidado, con una pequeña pala la desarraigaré y la alejaré de la maleza que la rodea. Una vez en mi casa, la pondré al costado de la puerta, de tal manera que quedará ubicada entre el rosal de las rosas rojas y las margaritas que parecen sonreír siempre, así tendrá una muy buena compañía. Yo me preocuparé especialmente de regarla con mucho cuidado todos los días, y mantenerla alejada de cualquier maleza que se atreviera a crecer a su lado. Sin duda alguna eso la hará feliz y de esa forma me entregará cada vez un aroma más agradable, que perfumará todo el jardín, y al mismo tiempo sus pétalos tendrán una textura más aterciopelada que la que tiene aquí. Vivirá muchos años a mi lado y ambos seremos muy felices, mutuamente nos entregaremos el cariño que ambos necesitamos y estaremos juntos hasta….

De pronto una sombra oscura pareció cubrir el hermoso sol de la tibia mañana. El poeta recordó que eran muchos los años que se habían juntado en su triste vida, las huellas de las penas y de aquellos momentos alegres que alguna vez tuvo, estaban escritas sobre la piel y en sus manos temblorosas. ¿Cuántos años habían transcurrido desde que plantó la última flor? ¿Cuántos años estaban escondidos en su corazón esperando el momento de decirle “Basta, detente, no tienes nada más que hacer en este mundo”?

Nuevamente observó a la pequeña flor, y continuó soñando.

Pasaremos un tiempo juntos, no sé cuanto. Un año, dos, diez… Al final perderé la batalla por la vida, y se acabará nuestro mutuo cariño. Ya no estaré a su lado para esparcir el agua que la refrescará en el verano. Ya no estaré a su lado para limpiar la tierra y retirar la maleza. Ya no estaré a su lado para evitar que el rosal, que es un poco celoso, la pinche con sus espinas. Ya no estaré a su lado para decirle a las margaritas que no pueden invadir el sector que solamente pertenece a esta flor. Y entonces la florcita pensará que fue un error llevarla a vivir conmigo. Mientras crezca aquí a la vera del camino, aprenderá a defenderse, a sobrevivir y podrá mirarme y mover su talle al viento cuando me vea pasar. De esa forma irá creciendo y sus semillas caerán en la tierra formando tal vez un pequeño jardín que hará que los caminantes detengan sus pasos y sonrían al verlas. Yo no podría hacerle daño, ya que mi vida no me alcanzará para poder cuidarla como se merece… Es la ley, yo me debo ir mucho antes.

Tristemente se levantó apoyado en su bastón, y moviendo la cabeza con una lágrima en sus ojos, sonrió pensando en el futuro de la florcita mientras dirigía sus lentos pasos a la casa de su amigo poeta que era más viejo y más triste…


Romanticón – 2º A.


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