jueves, 27 de noviembre de 2008

¿Crisis?

Semánticamente el término crisis define a un período, a una etapa; por lo cual no digamos más que la sociedad está en crisis, que la familia está en crisis, que la educación está en crisis. Simplemente esta es la nueva sociedad, esta es la nueva familia, esta es la nueva educación.

Hemos llegado a un grado tal de desarrollo tecnológico y cibernético, que lo decadente vuelve a ser protagonista del comportamiento humano. No se le ha dejado tareas a las nuevas generaciones, ahora todo está listo, todo viene hecho, vivimos los tiempos del “pre”; el arroz viene pre-graneado, las telas son pre-lavadas, las tarjetas telefónicas son de pre-pago, las relaciones sexuales son pre-matrimoniales; es el estigma de un mundo que vive apurado.

Es la nueva sociedad. Es el culto a la irreverencia. En la televisión lo que vende es lo que hiere, lo que denosta, lo que ofende. Los opinólogos han reemplezado a los mesurados críticos de antaño, quién generaría más espectativas en la actualidad al ser anunciado en un panel: ¿Igor Entrala o Roberto Dueñas?, ¿Adolfo Janckelevic o Jordy Castel?, ¿Yolanda Montecinos o Francisca Merino?, ¿Raquel Correa o Carlita Ochoa?. Y sin el ánimo de ofender a los nuevos “criticólogos”, la responsabilidad es de quienes los contratan, y según éstos... es lo que la gente pide. Y desgraciadamente es la verdad...

Antes una duda muy frecuente previo el matrimonio de “un famoso” era: “¿en qué iglesia me caso?”, actualmente la duda radica en: “a cuál revista le vendo mi matrimonio?”. De ahí en más, es fácil esperar las crisis familiares posteriores.

Los que ya llegamos al medio siglo, no podemos comprender cosas que ya se han hecho cuotidianas.

Las irreverencias de John Lennon o del Chino Ríos, han pasado a ser niñerías, en relación a lo que actualmente ocurre. Y lo que es peor, hay conductas tácitamente justificadas por la sociedad con la manida frase “es que estaban curados los pobrecitos”, o “es que estaban volados así que no dimensionaban lo que hacían”. Ya no se puede permitir que todo pase por la violencia y la destrucción. Hay un sentimiento de alivio al decir “menos mal que yo alcancé a pasar un rato antes por la Alameda”, cuando debía haber un repudio ciudadano enérgico. No nos podemos permitir la pasiva observación de lo que acontece en las calles cada vez que ocurre un hecho de cierta connotación social. ¡Basta ya con el circo romano de la Plaza Italia! Hay que terminar con los destrozos de la propiedad pública o privada porque ganó Fernando González, porque llegó un nuevo 11 de Septiembre, porque perdió Colo-Colo, o porque marchan “los pingüinos”, etc. Es grave tomar como natural estas actitudes y que cada vez son peores; que culpa tiene el esforzado suplementero que ha logrado mantener su kiosco con sacrificio, o el puesto del florista de la esquina, o el encargado de los jardines aledaños, o el agente del banco del sector. ¿Quién los protege?, los seguros no bastan, hay un desgaste emocional, psíquico y a veces psiquiátrico. Para uno es más fácil, vamos de paso, corremos, tal vez nos moja el guanaco, arrancamos y nos vamos; pero ellos viven ahí, ellos viven de eso. ¿Qué ocurrirá el día (ojalá lejano) en que muera Don Francisco o el Bambam Zamorano; también habrá desmanes? Con temor creo estar seguro que sí.





Hoy escuchaba en una mesa detrás de la mía en un céntrico restaurante la conversación entre un padre y su hijo universitario: -“bueno como anda la cosa hijo, ¿vas a aprobar todos los ramos?”, -“papá, no es el momento de hablar de eso”,- “¡pero cómo! ¿por qué?, no sería nada tan grave si “botaras un ramo”, no serías el único al que le ha ocurrido” –“papá , ya te dije, no quiero hablar de eso, no me ha ido ni bien ni mal, pero no te voy a hablar, vinimos a almorzar, entiende que no quiero decírtelo, ¿entendiste?... (y todo eso en presencia de su polola). Nuestros padres nos habrían metido el trozo de pizza atravesado hasta la garganta si les hubiéramos contestado así.

Ya la educación no es la misma, y desde la más tierna infancia. En el jardín infantil si un niño mira al techo dos veces seguidas, ya se le cataloga como “déficit atencional”, y se lo enviará a la Psicopedagoga, quien probablemente lo derivará al Neurólogo; luego en el colegio por ser uno de los 3 niños que se salen de la media esperada, su profesora entrará en pánico y le solicitará a sus padres que se lo lleven a un colegio “personalizado”, ya a los 8 años estará con Ritalín, antesala para que a los 15 esté con marihuana y a los 18 sentado en la reja del Monumental tirándole trozos de concreto a algún carabinero. En la gran mayoría de los colegios ya no existen los educadores que nos formaron, ahora muchos sólo son “pasadores de materias”. Cada vez se escuchan menos esos consejos de antaño “siéntese derecho, míreme a los ojos cuando conteste, no hable mascando chicle, etc”. Si un lolo cede el asiento en el metro, se hace de inmediato acreedor a “una medalla al mérito”. Si no le gusta la cerveza, “es un mamón”.

No son tiempos de crisis. Lo queramos o no… son “los nuevos tiempos”.

Es la nueva decadencia, es el personalismo exagerado, es la competitividad mal entendida.

Hoy la corrupción ya no pareciera un delito, es “una variable de gestión”.

Ya no se oculta una diarrea… hoy es tema de sobremesa…

¿Qué podremos hacer?... Piénsenlo.


Marcelo Fernández Romo.

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