jueves, 9 de agosto de 2007

"En medio de ninguna parte"




A Coetzee siempre se le buscan lecturas relacionadas con la condena del apartheid y la realidad social sudafricana, y ahí entra de nuevo la libertad incuestionable de cada lector.

Su obra representa siempre un retrato de la soledad. La soledad como la única realidad en la que el ser humano vive inmerso; la imposibilidad de acercarse al otro, como si éste estuviera a kilómetros de distancia. Esa sensación de aislamiento parece lógica en la dureza del desierto sudafricano y por eso Coetzee parece hablar sólo de su país, cuando en realidad retrata al hombre, sin importar su nacionalidad.

“En medio de ninguna parte” nos habla de esa soledad, única compañera del ser humano, al narrarnos la vida de una mujer que vive en una hacienda en medio del desierto, en compañía de su padre y un par de criados. El comienzo nos promete una historia cualquiera: la de la llegada de la nueva esposa del padre. Sin embargo, poco a poco la narración comienza a darnos sorpresas. La historia está formada por retales que la voz de la protagonista va entremezclando, cambiando de lugar, al volver sobre los mismos hechos para contarlos de manera distinta, cambiando el final, las palabras, el sentido…

La narradora juega con las palabras porque, aislada en medio de ninguna parte, sabe que son lo único que tiene. Y así, como si de unos dados se tratara, las agita en sus manos y las lanza, para contar luego lo que un azar loco ha querido: un asesinato, una historia de amor, una historia de celos, un entierro, una llegada, una despedida, otro asesinato…

¿Cuál de todas historias es la que de verdad quiere contarnos la voz que narra? Todas y ninguna, porque contar es sólo un juego con que entretenerse para distraer a la locura que acecha en el brillo del sol. La historia es la verdad que trasciende lo que se narra: que si bien el ser humano está condenado a estar sólo, no puede resignarse a no ser capaz de llegar al otro, pero la lucha contra esa certeza le conduce a la demencia.

“En medio de ninguna parte” exige que el lector ponga todo de su parte para seguir el laberinto de relatos que se entremezclan, para unir las palabras que dibujan y desdibujan realidades como espejismos del desierto, para seguir el delirio que arrebata a la narradora, abandonada a sí misma en la soledad de una granja en Sudáfrica.

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