lunes, 30 de julio de 2007

Modernidad Líquida

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Zygmunt Bauman

De origen polaco y con estudios en sociología, sus textos traducidos al español se publican a ritmo vertiginoso. En los últimos cinco años, se han publicado más de diez de sus obras.

Zygmunt Bauman es una de las figuras clave del pensamiento social actual. Su obra abarca desde las cuestiones éticas hasta la cultura y la política. Nunca olvida que el pensamiento social debería ayudar a que hombres y mujeres dieran sentido a sus vidas y aspirasen a algo diferente. Sus libros y ensayos siempre se concentran en el aquí y ahora: violencia e indiferencia moral, globalización, consumismo, política, individualismo. Puede dirigir su mirada crítica tanto a toda panacea que se pretenda "sin alternativas" como al boom, tan de moda, de todos esos consejeros, asesores y consultores que pretenden hacer posible que hombres y mujeres alcancen soluciones biográficas a lo que, de hecho, son problemas del sistema.

Nacido en Poznan, Polonia, en 1925, Bauman abandonó su país natal frente al ascenso del nazismo debido a su ascendencia judía. Cursó sus estudios de sociología en la Unión Soviética y cuando terminó la Segunda Guerra Mundial regresó a Polonia para trabajar en la Universidad de Varsovia. En 1968 debió emigrar nuevamente por causas políticas. A partir de aquel momento, se instaló en Israel donde fue docente en la Universidad de Tel Aviv.


A continuación una nota y entrevista, realizada por Daniel Gamper, para Revista Ñ:

"La confianza desapareció"


El sociólogo Zygmunt Bauman dice que vivimos una modernidad líquida: la era del cambio y del movimiento perpetuo. Y en su reciente libro 'La sociedad sitiada' asegura que la utopía se transformó en una contradicción.

Acuñador de una feliz metáfora sobre la contemporaneidad, la "modernidad líquida", Zygmunt Bauman aparece hoy como uno de los más lúcidos pensadores de un presente convulso. Una entrevista y el análisis de su obra nos acercan al pensamiento de este sociólogo de origen polaco, un defensor de la esperanza frente al optimismo.


- Usted afirma que vivimos en la modernidad líquida. ¿Por qué?

- Durante mucho tiempo intenté captar los rasgos característicos de esta época y ahí surgió el concepto de lo líquido. Es un concepto positivo, no negativo. Como dice la enciclopedia, lo fluido es una sustancia que no puede mantener su forma a lo largo del tiempo. Y ése es el rasgo de la modernidad entendida como la modernización obsesiva y compulsiva. Una modernidad sin modernización es como un río que no fluye. Lo que llamo la modernidad sólida, ya desaparecida, mantenía la ilusión de que este cambio modernizador acarrearía una solución permanente, estable y definitiva de los problemas, la ausencia de cambios. Hay que entender el cambio como el paso de un estado imperfecto a uno perfecto, y el estado perfecto se define desde el Renacimiento como la situación en que cualquier cambio sólo puede ser para peor. Así, la modernización en la modernidad sólida transcurría con la finalidad de lograr un estadio en el que fuera prescindible cualquier modernización ulterior. Pero en la modernidad líquida seguimos modernizando, aunque todo lo hacemos hasta nuevo aviso. Ya no existe la idea de una sociedad perfecta en la que no sea necesario mantener una atención y reforma constantes.


- ¿Qué consecuencias tiene esta inestabilidad para la sociedad y los individuos?

- El sentimiento dominante hoy en día es lo que los alemanes llaman 'Unsicherheit'. Uso el término alemán porque dada su enorme complejidad nos obliga a utilizar tres palabras para traducirlo: incertidumbre, inseguridad y vulnerabilidad. Si bien se podría traducir también como "precariedad". Es el sentimiento de inestabilidad asociado a la desaparición de puntos fijos en los que situar la confianza. Desaparece la confianza en uno mismo, en los otros y en la comunidad.


- ¿Cómo se concreta esta precariedad?

- En primer lugar como incertidumbre: tiene que ver con la confianza en las instituciones, con el cálculo de los riesgos en que incurrimos y del cumplimiento de las expectativas. Pero para calcular correctamente estos riesgos se necesita un entorno estable, y cuando el entorno no lo es entonces se da la incertidumbre. Un joven decide estudiar con la esperanza de que se convertirá en alguien con unas habilidades que serán apreciadas por la sociedad. Pero todos estos esfuerzos no dan ningún fruto, ya que la sociedad ya no necesita individuos con estas habilidades. En segundo lugar como inseguridad, y tiene que ver con el lugar social de cada cual, con las relaciones personales, las afinidades electivas, con los individuos que seleccionamos de entre la masa para tener una relación personal. Para establecer estas relaciones son necesarias por lo menos dos personas, pero para romperlas basta con uno. Esto nos mantiene en un estado de inquietud, ya que no sabemos si a la mañana siguiente nuestro compañero habrá decidido que ya no quiere saber nada más de nosotros. El tercero es el problema de la vulnerabilidad, de la integridad corporal, y de nuestras posesiones, de mi barrio y de mi calle.


- Pero, ¿no encontramos ningún elemento estable en la modernidad líquida?

- En la modernidad líquida la única entidad que tiene una expectativa creciente de vida es el propio cuerpo. Yo mismo tengo 78 años y, sólo durante mi estancia en el Reino Unido, he vivido en cuatro sociedades completamente distintas y eso sin moverme del mismo lugar: eran las cosas a mi alrededor las que cambiaban. A este fenómeno lo denomino la crisis del largo plazo: el único largo plazo es uno mismo, el resto es el corto plazo.


- ¿Qué hemos ganado con el advenimiento de la modernidad líquida?

- Libertad a costa de seguridad. Mientras que para Freud gran parte de los problemas de la modernidad provenían de la renuncia a gran parte de nuestra libertad para conseguir más seguridad, en la modernidad líquida los individuos han renunciado a gran parte de su seguridad para lograr más libertad.


- ¿Cómo lograr un equilibrio entre ambas?

- No creo que nunca se pueda alcanzar un equilibrio perfecto entre ellas, pero debemos perseverar en el intento. La seguridad y la libertad son igualmente indispensables, sin ellas la vida humana es espantosa, pero reconciliarlas es endiabladamente difícil. El problema es que son al mismo tiempo incompatibles y mutuamente dependientes. No se puede ser realmente libre a no ser que se tenga seguridad y la verdadera seguridad implica a la vez la libertad. Ya lo dijo Franklin Delano Roosevelt: hay que liberar a la gente del miedo. Con miedo no se puede ser libre, y el miedo es el resultado de la inseguridad. La seguridad nos hará libres.


- En los últimos años se ha concentrado en el concepto de comunidad. ¿En qué medida la seguridad va asociada a la idea de una comunidad cerrada?

- Es necesario dejar claro que no puede haber comunidades cerradas. Una comunidad cerrada sería insoportable. Nuestras comunidades actuales no son cerradas, sólo se mantienen porque sus miembros se dedican a ellas, tan pronto como desaparezca el entusiasmo de sus miembros por mantener la comunidad ésta desaparece con ellos. Son artificiales, líquidas, frágiles. No se pueden cerrar las fronteras a los inmigrantes, al comercio, a la información, al capital. Hace pocas semanas miles de personas en Inglaterra se encontraron de repente desempleadas, ya que el servicio de información telefónico se trasladó a la India, en donde hablan inglés y cobran una quinta parte del salario. No es posible cerrar las fronteras.


- ¿Entonces para qué sirve el concepto de comunidad?

- Los científicos necesitan el concepto de experimento ideal. Efectivamente, un experimento así, en el que todo está controlado no es posible, pero la idea nos sirve de criterio para valorar los experimentos existentes. Necesitamos la solidaridad que implica, el hecho de estar juntos, de ayudarnos y cuidarnos mutuamente. Si no existiera la idea de comunidad no consideraríamos que la falta de solidaridad es un error.


- ¿La solidaridad puede tener un sentido positivo tanto como uno negativo?

- Sí, eso es lo que sucede con la tendencia de las comunidades a cerrarse. La solidaridad se crea mediante una frontera: un interior donde estamos nosotros y un exterior donde están ellos. En el interior el paraíso de la seguridad y la felicidad, en el exterior el caos y la jungla. Eso es la comunidad cerrada. La palabra no tendría sentido si no implicara la oposición. Y por eso es muy bueno que no podamos construir la comunidad cerrada. Pero también es bueno que tengamos esta idea, ya que podemos discutir sobre el tamaño que debería tener la comunidad. ¿Debería ser tan grande como la de Kant, la "unión universal de toda la humanidad"? ¿O sólo la comunidad de un país? Pero ninguna comunidad cerrada incluye a todos, ya que alcanza su totalidad en tanto que se aísla del exterior, del resto. Es bueno tener la idea de una comunidad que nos incluya a todos, e incluso diría que está en el orden del día. Debemos acercarnos a la comunidad de toda la humanidad o acabaremos matándonos unos a otros.


- Pero ¿no apunta el mundo actual hacia lo contrario, hacia el unilateralismo de EE.UU.?

- Tenemos este imperio mundial de asalto de los EE.UU. que no trabaja para conseguir una comunidad de toda la humanidad, sino que al contrario alimenta el terrorismo y el antagonismo y hace las cosas aún más difíciles. Yo no soy optimista pero tengo esperanza. Hay una diferencia entre optimismo y esperanza. Tengo esperanza en la razón y la consciencia humanas, en la decencia. La humanidad ha estado muchas veces en crisis. Y siempre hemos resuelto los problemas. Estoy bastante seguro de que se resolverá, antes o después. La única verdadera preocupación es cuántas víctimas caerán antes. No hay razones sólidas para ser optimista. Pero Dios nos libre de perder la esperanza.



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