martes, 7 de octubre de 2008

John Fante, El “Padre” de Bukowski



Todos (casi todos) hemos leído, al menos un libro de Charles Bukowski y nos hemos entretenido con sus relatos de corte simplista, ambientados en los barrios marginales de un Nueva York de los años 20 o 30, relatos plagados de prostitutas, alcohólicos y sabrosas anécdotas.

Pero, como en todas las artes nada proviene de la nada y todo autor literario, musical, pictórico, etc. nace “iluminado” o inspirado por influencia de otros autores; así como la música de Beethoven, está influida por la música de Salieri, Mozart y otros autores.

Dentro de este marco También la literatura de Bukowski está influida por la obra de otro autor desconocido por la mayoría: John Fante.

Y es el propio Bukowski quien lo reconoce:

“Yo era un joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor.

Casi todos los libros que leía pertenecían a la Biblioteca Municipal del centro de los Ángeles, pero nada de cuanto me caía en las manos tenía que ver conmigo, con las calles, ni con las personas que me rodeaban. Me daba la sensación de que todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras, que aquellos que prácticamente no tenían nada que decir pasaba por escritores de primera línea. Sus libros eran una mezcla de sutileza, artesanía y formalismo, y era esto lo que se leía, se enseñaba en las escuelas, se digería y se transmitía. Era un invento cómodo, una Logocultura ingeniosa y prudente. Había que volver a los autores anteriores a la Revolución Rusa para encontrar algo de aventura, un poco de pasión. Había excepciones, pero eran tan escasas que se agotaban rápidamente y uno se quedaba sin saber que hacer ante las filas de interminables de libros insípidos. A pesar de todo lo que podía haberse aprendido en los siglos precedentes, los autores modernos no eran lo que se dice muy hábiles.

Cogía de las estanterías un libro tras otro. ¿Por que nadie decía nada? ¿Por qué no alzaba nadie la voz por encima de los demás?

Probé en las distintas secciones de la biblioteca. La sala de religión me pareció un páramo tan vasto como inútil. Fui a la de filosofía. Di con un par de alemanes resentidos que me estimularon una temporada, hasta que los olvidé. Probé con las matemáticas, pero las matemáticas superiores no se diferenciaban de la religión: no me afectaban en lo absoluto. Lo que yo buscaba no se encontraba al parecer en ninguna parte.

Probé con la geología y al principio sentí cierta curiosidad pero a la postre me resultó insustancial.

Descubrí ciertos libros sobre cirugía y me gustaron los libros de cirugía: las palabras eran nuevas y maravillosas las ilustraciones. En concreto, me gustaron y memoricé los detalles de las operaciones del mesocolon.

Al final abandoné cirugía y volví a la gran sala abarrotada de autores de novelas y cuentos. (cuando tenía un tintorro en abundancia no iba por la biblioteca. Una biblioteca un lugar estupendo para pasar el rato cuando no se tenía nada que comer o beber y cuando la dueña de la casa le perseguía a uno con los recibos atrasados del alquiler. En la biblioteca, por lo menos se podía ir al lavabo sin problemas)…

…Seguí recorriendo la sala general de lectura, cogiendo libros de los estantes, leyendo unas cuantas líneas, unas cuantas páginas y dejándolos en su sitio a continuación.

Pero cierto día cogí un libro, lo abrí y se produjo un descubrimiento. Pasé unos minutos hojeándolo. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a la mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, había allí fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones deba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He ahí, por fin un hombre que no se asuntaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mi un milagro tan fenomenal como imprevisto.

Dejemos hasta ahí las palabras de Bukowski para señalar que el libro a que se refería este autor era la obra “Bandini, Pregúntale al polvo” del ítalo-norteamericano John Fante

John Fante (1909-1930) era hijos de emigrantes italianos de procedencia muy humilde, trabajó como guionista en Hollywood y dedicó su vida a la literatura, aunque sólo alcanzó el pleno reconocimiento de la crítica y el público después de su muerte. De su producción literaria destaca la tetralogía protagonizada por su alter ego Arturo Bandini, compuesta por las novelas “Esperar la primavera”, Bandini”, Pregúntale al polvo”, “Camino de los Ángeles” y “Sueños de Bunker Hill”

Volvamos a las palabras de Bukowski:

“Sí, Fante tuvo sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer todos sus libros, conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas violentas y a menudo le gritaba: “¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!”

Fante fue para mi como un dios, pero yo sabía que a los dioses hay que dejarlos en paz, que no hay que llamar a su puerta. Sin embargo me ponía a hacer conjeturas sobre el punto exacto de “Camino de los Ángeles” en que al parecer había vivido y hasta pensaba que a lo mejor seguía viviendo allí. Casi todos los días pasaba por el lugar y me preguntaba: ¿será ésa la ventana por la que se deslizaba Camila? ¿Es ésa la puerta de la pensión? ¿Es ése el vestíbulo? No lo he sabido nunca.

Fante tendría una influencia en mis propios libros durante toda mi vida”

Pero hablando en estricto rigor, Fante no solo tuvo una influencia fundamental en la obra de Bukowski, sino que este copió gran parte de la obra del primero: se creó un alter ego: Henry Chinaski, al igual que Fante lo hizo con Bandini, copió su estilo, su temática y hasta su lenguaje y la forma de describir los paisajes urbanos y las conductas y morfología de los personajes. Aunque literariamente hablando Fante era, con largueza, mejor escritor que Bukowski.

Hace poco tuve el honor de obtener un premio en un concurso literario organizado por la UNAM (Universidad Autónoma de México) que consistió en un viaje a Lovaina, allí pude leer los libros de Bukowski en su idioma original y me pareció que no era tan buen escritor como se cree, aquí sucede un extraño fenómeno: que las traducciones, mejoran notablemente la prosa de este último (especialmente las traducciones barcelonesas, cuando las madrileñas son un verdadero desastre). Les propongo el siguiente experimento: intenten conseguir un libro de Bukowski en inglés, léanlo y, después hagan lo mismo con el libro en español y podrán darse cuenta de este hecho.



Mientras les recomiendo leer a Fante y su “Pregúntale al polvo“donde describe, magistralmente la vida de un joven aprendiz de escritor que vive en los barrios marginales de Lo Ángeles, que sueña con el triunfo artístico y económico mientras proclama a quien quiera escucharle que es un genio de las letras, a la vez mantiene una intrincada relación amorosa con Camila, una mexicana que trabaja como camarera, mientras se ve enfrentado a una destructiva relación de amor-odio y continúa soñando con alcanzar la gloria.

Un libro altamente recomendable.

Atte.

Enrique Alarcón

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